Formación contínua para profesores
Antes de recomendar a los docentes en qué deben formarse / reciclarse para ser profesores eficientes, respetados por sus alumnos (lo que conlleva una creciente dificultad) y mantenerse en forma, conviene repasar un poco el concepto de formación continua y su nacimiento.
La formación continua: ¿por qué?
Es destacable comprobar cómo en todas las épocas, hasta el s. XIX inclusive, se consideraba radicalmente separada la etapa de la vida en que una persona debía estudiar y formarse (infancia, adolescencia y primera juventud), de aquella en que era ya un profesional que ejercía su oficio, no precisando de más educación (segunda juventud, edad adulta y vejez). Entre ambos períodos no había ningún solapamiento: uno era un alumno o un aprendiz y, después, era un profesional. Ver a un estudiante de treinta años, por ejemplo, hubiese resultado tan insólito como ver a un trabajador (considerado como tal) de diez o quince.
Esto resultaba bastante lógico por cuanto el ritmo de avance de los conocimientos y las técnicas era lento y no exigía seguir formándose a lo largo de una carrera. Por ejemplo y para una ciencia compleja como la medicina, cuando un joven ya se había educado como médico, podía ejercer la profesión todo el resto de su vida sabiendo que, en su vejez, el estado del arte sería muy parecido al que existía cuando terminó sus estudios superiores.
Con la llegada de la Revolución Industrial esto empieza a alterarse drásticamente. El ritmo evolutivo de la técnica y la tecnología se acelera notablemente, la productividad crece exponencialmente y ello arrastra tras de si una espiral de vertiginosos cambios en otras muchas disciplinas. El entorno de cualquier trabajador se hace mucho más complejo, cada vez más especializado, y los continuos descubrimientos, inventos y avances en varios campos provocan que un profesional está cada vez más impelido a reciclarse periódicamente para no ver caducar sus conocimientos, a compaginar su actividad laboral con un cierto estudio de las nuevas tendencias.
Al principio de esta nueva era, muy pocos adultos serán conscientes de que deben trabajar y volver a formarse, aunque sea un poquito y muy de vez en cuando, para no perder eficacia. Pero, mediado ya el s. XX, la actualización continua en la propia profesión va adquiriendo mayor importancia, pues los cambios se suceden con creciente velocidad, llegando a hacer obsoletos conocimientos que, muy poco tiempo atrás, parecían verdades absolutas.
Esta circunstancia empieza a ser detectada primero, por algunos profesionales liberales (ingenieros, abogados, médicos, arquitectos) y, después, por el conjunto de individuos y empresas.
Empiezan a aparecer lo que se da en llamar programas de reciclaje, programas de actualización, programas de educación continua, masters, cursos de perfeccionamiento, etc., segmentados por especialidades y con un enfoque reglado que intenta ser muy práctico.
En la década de los 70 ya se habla frecuentemente de la formación permanente como una necesidad que, a la larga, todos deberemos cubrir, y se empiezan a valorar muy positivamente a los profesionales inquietos por afilar la sierra.
En la década de los 80 y 90 sigue acelerándose el ritmo de cambio y se vive un período de fuerte crecimiento económico (con una crisis importante en 1993). El entorno laboral se va haciendo más complejo, interdependiente y fluctuante. A los profesionales se les exige cada vez más productividad pero, a la vez, se necesita que estén al día en los últimos avances.
Formación continua para la docencia: ¿para qué?
¿Es todo esto aplicable al mundo de la docencia, al de los profesores? Por supuesto y sin ninguna duda. No sólo es aplicable, resulta imprescindible que los maestros se reciclen para no perder la estela de sus propios alumnos que, cada vez más, están muy al día en cuanto a trabajo colaborativo y tecnología se refiere.
Hoy en día, cualquier estudiante puede poner en aprietos a un profesor con sólo consultar Google, con sólo echar un vistazo a un buen blog, con sólo acceder a la Wikipedia o a Youtube… La llamada Web 2.0 ha revolucionado muy profundamente el mundo de la enseñanza y eso está ahí, queramos verlo o no. Nuestros alumnos ya lo saben y lo usan.
En el proceso de eLearning, por ejemplo, los estudiantes pueden registrar y archivar informáticamente su trabajo y sus reflexiones. Estas quedan documentadas digitalmente (en imágenes y/o sonido y/o texto), almacenadas en la plataforma virtual de común acceso y toda la clase puede consultarlas, a la vez que graba las propias.
Entonces, el alumno pasa a ser una especie de profesor de otros alumnos (todos ven las aportaciones de todos). Incluso, a veces, los discípulos pueden ser maestros de sus propios maestros. Todo se desdibuja y se iguala. Esto supone otra ventaja pues se aprovecha, del mejor modo posible, el talento individual de cada miembro en beneficio de la comunidad. Una vez más, el talento al poder.
Esta misma forma de enriquecimiento global a base de aportaciones individuales, es otra enorme ventaja de la Web 2.0. Imagine el lector que hubiese podido aprender del número uno de su clase en Matemáticas (y no sólo del maestro). ¿No le hubiera gustado compartir sus reflexiones y ratos de estudio con el mejor alumno de su universidad, ese que tenía los esquemas más perfectos y resolvía los problemas tan o más rápido que el propio catedrático? ¿Qué tal saber qué pensaba, por ejemplo, el más brillante compañero del Master?
¿Somos verdaderamente conscientes de la grandísima pérdida de conocimiento y tiempo que supone tener compañeros de clase que no pueden comunicar sus ideas y que están todo el tiempo tomando apuntes, en silencio? ¿Nos hemos parado a pensar lo que implica escuchar a un solo profesor, cuando toda la clase puede aportar y co-educar? ¿Nos percatamos de lo mucho que aprendemos (= descubrimos y nos sorprendemos) cuando oímos argumentar a otros discípulos que parten de la misma información de base que nosotros?
Los alumnos sí lo saben y exigen, cada vez más, que el profesor sea más un moderador, un facilitador, que un catedrático a la antigua usanza.
Ruego al lector que recuerde alguna ocasión en que, estando seguro de una idea, ha asistido a una argumentación inteligente de una tesis totalmente contraria. Todos hemos vivido esta experiencia, alguna vez. ¿No arrojaba una luz diferente a la cuestión? ¿No le ilustró y le permitió, al menos, volver a reflexionar? De alguna forma, ¿no le hizo más prudente o más humilde? ¿No le hizo descubrir algo, del problema, del contertulio que lo comentaba o incluso de sí mismo?
¿Para qué deben formarse los profesores actuales? Para no quedar obsoletos frente a sus alumnos. Siento decirlo así de claro pero es la verdad.
Formación contínua para profesores: ¿en qué?
Si los alumnos piden más diálogo, más criterios y menos reglas firmes, si quieren más apertura y colaboración, y menos dogmas, los profesores deben reciclarse y formarse continuamente en las nuevas herramientas tecnológicas que permiten todo eso, y que podríamos agrupar bajo estas temáticas:
- eLearning o docencia virtual.
- Web 2.0 y trabajo colaborativo.
- Gestión del conocimiento.
- Redes sociales.
- Nuevos soportes: iPad, eBook, etc.
- Genéricamente, uso eficaz para la docencia de Internet y las Nuevas Tecnologías.
Artículo tomado de: http://www.degerencia.com/articulo/formacion-continua-para-profesores